Por los muchos caminos de Dios - II

Prólogo del obispo Federico PAGURA

 

   
 

Nunca había tenido la experiencia de escribir un prólogo «sobre la marcha», en medio de un tiempo crítico y decisivo a la vez como el que los argentinos atravesamos en estos días, en que un Presidente, «fuera de serie», después de hacer descolgar los retratos de dos generales genocidas, del Colegio Militar, y traspasar los edificios de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) a los organismos de Derechos Humanos, para transformar lo que fuera un centro de desaparición, tortura y muerte, en Museo de la Memoria, pidió perdón de parte del Estado Nacional, «por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia, por tantas atrocidades».
Con ese acto -como lo afirma uno de nuestros más lúcidos periodistas y ensayistas, José Pablo Feinman-, «un gobierno, uniéndose a los reclamos de la sociedad que apuesta a la vida, desmanteló un templo poderoso del oficialismo argentino... ese Estado, hijo de la violencia extrema, que ha arrasado con las resistencias federales, con las economías del interior, con los negros y con los indios». Y mucho de ello lo realizó con la bendición o el silencio de sucesivas jerarquías de la religión oficial y la costosa resistencia de minorías proféticas o «abrahámicas», como las denominaba Dom Hélder Câmara.
Es precisamente aquí donde los capítulos del texto que se me ha encomendado prologar, se incorporan como respondiendo al párrafo final del prólogo con que nuestro entrañable hermano y amigo Dom Pedro Casaldáliga, presentaba el primer volumen de esta serie:
«Por los muchos caminos de Dios, en que Él se cruza con la humanidad, criándola, protegiéndola, buscándola, avanzamos religiosamente plurales, hijos e hijas del Dios único, hermanos y hermanas en su familia humana. Seamos cada vez más conscientes de ésta unidad fundamental y de enriquecedora pluralidad con que podemos y debemos vivirla, en camino a la casa común paterno-maternal».
Se nos había anticipado que este segundo libro constituiría una tentativa de ofrecer respuestas concretas a las preguntas y desafíos «del pluralismo religioso a la teología de la liberación». Y con mayor razón , añadiría yo, a las teologías más tradicionales y ortodoxas que predominan en el amplio escenario religioso de nuestro continente y del mundo entero. Y Dom Pedro se encarga de recordar a algunos de los pioneros que, particularmente en el mundo católico-romano, se atrevieron a incursionar en el diálogo inter-religioso, macroecumenismo o pluralismo religioso, «perturbando todos los esquemas tradicionales», y siendo «a veces incomprendidos y hasta censurados por las instancias oficiales», no muy dadas a la libertad y a lo nuevo.
En el mundo evangélico protestante y/o ecuménico, la preocupación no ha estado ausente, y en mi propia tradición metodista, durante mis años jóvenes, brilló la figura señera de E. Stanley Jones, un misionero evangelista norteamericano, que echó raíces en las inmensas y fecundas tierras de la India, y cultivó, junto con una extraordinaria pacifista inglesa y anglicana, Muriel Lester, una profunda amistad con Gandhi (con quien solían solidarizarse en sus largos ayunos), de quién escribía en su entonces conocido libro: «Cristo en la mesa redonda» (basado en la rica experiencia de los «ashrams», conferencias inter-religiosas sobre temas fundamentales):
«Semana por semana él descubre lo más íntimo de su alma y discute francamente su actitud hacia el cristianismo y otras religiones, dando sus motivos para decidirse a favor de la vida religiosa que hoy pone en práctica. La puerta para la discusión franca está, pues, abierta, y ha sido abierta por la mano de un hindú».
En cuanto al mundo ecuménico, puede decirse que a partir de la Conferencia Misionera Mundial de Edinburgo (1910) se abre un largo período de estudio, reflexión y discusión sobre la aproximación, comprensión y relación con otras tradiciones religiosas, en el que sobresalen el pensamiento de J. N. Farquhar en su obra «La corona del hinduismo» que relaciona al Cristo con las profundas aspiraciones del Hinduismo, los trabajos de la Conferencia Misionera de Jerusalén (1928) que encara simultáneamente el pensamiento sincretista a partir de las religiones asiáticas, y el naciente secularismo que sacude a las iglesias tanto de Oriente como de Occidente. Y aquí empiezan a brillar el pensamiento del arzobispo W. Temple, de W. E. Hocking y sobre todo del holandés H. Kraemer (próximo a Karl Barth) cuyo libro preparatorio para la Conferencia Misionera de Tambaram, Madrás, India (1938), constituye un hito en el diálogo y la discusión abierta en el mundo ecuménico hasta nuestros días. Aquí, en las diversas conferencias convocadas en Amsterdam (1948) Nueva Delhi (1961), Méjico (1963), Bangkok (1964) y Kandy-Sri Lanka (1967, con participación de consultores del Vaticano, por primera vez) y que tras innumerables encuentros, culminó en 1979, con la aprobación en Chiang Mai (Tailandia) de las «Directrices para el diálogo con otras religiones e ideologías de nuestro tiempo» (cuya versión revisada y ampliada por consultores de la Iglesia Católico-Romana, fue aprobada y difundida por el Papa Juan Pablo II en 1984). Por otra parte, el Consejo Mundial de Iglesias fue acrecentando la presencia y participación de invitados de las mayores confesiones religiosas del mundo, que ya en Vancouver (1983) llegaron a un total de 15, con activa participación en una sesión plenaria sobre el tema: «Testigos en un Mundo dividido».
Me he detenido en esta apretada síntesis (muy incompleta por cierto) de lo que está aconteciendo en el mundo ecuménico, con respecto al diálogo y encuentro inter-religioso que se sigue abriendo paso, porque considero que el valioso y variado material que tenemos el privilegio de poner en circulación, tiene un aporte tanto informativo y enriquecedor, como inquietante y desafiante que ofrecer, y que sólo muy sumariamente podemos enumerar. Los títulos de esos capítulos ya constituyen en sí una invitación a la aventura: como los que tienen que ver con «La Teología de las Religiones desde América Latina», o «La cristología de la liberación y el pluralismo religioso», o el «Macroecumenismo: teología de las religiones latinoamericana». Contrastando la evolución de la teología latinoamericana con la de la teología del Primer Mundo «que es una teología circunstancial, local, parcial, particular, porque es una teología de la cristiandad occidental», uno de los escritores describe así la teología que brota en nuestro continente:
“En América Latina se hizo dentro del clero mismo y dentro de la teología el redescubrimiento de los pobres y del verdadero sentido de la buena nueva, del evangelio que se dirige a los pobres y no sencillamente a todos los seres humanos como si fueran todos iguales. Lo que encontramos en la Biblia es, justamente, que no son iguales, que en la historia hay ricos y pobres, dominados y dominadores.... y el Evangelio tiene su sentido en esa situación denunciada, afirmada hasta la muerte por los profetas de todos los tiempos.
La teología latinoamericana no adaptó la teología cristiana a una circunstancia: descubrió la verdadera teología ocultada durante siglos por la estructura de cristiandad y su cuadro intelectual. Redescubrió lo esencial del cristianismo, su mensaje central. ¿Cómo pudo hacerlo? Porque rompió con la cristiandad, rompió con el sistema colonial, rompió con el sistema eclesiástico. Fueron perseguido incluso por las jerarquías, pero no cedieron porque sabían que habían descubierto una verdad que quedó ocultada durante siglos.
Por otra parte: tomando muy en serio la presencia religiosa de lo pueblos indígenas, los de origen africano, y la presencia multitudinaria de la mujer, creciente protagonista de nuestra historia y cada día más consciente de su identidad y de su género, los autores abordan: «La Cristología Afro-amerindia, como discusión con Dios», «La Maldición de Malaquías» como solemne advertencia a nuestra generación; y , desde una original perspectiva de género «Crista en la danza de Asherah, Isis y Sofía: proponiendo nuevas metáforas divinas para un debate feminista del Pluralismo Religioso». Y además, desde el lugar de los pobres, tanto en el mundo de la Biblia como en la historia, ensayos como el titulado: «Muchos pobres, muchas religiones», y «Memorias de luchas populares: ¿un unificador potencial?», adquieren una tremenda actualidad para el tiempo que vivimos en nuestra América y el Caribe.
Finalmente, tres medulosos ensayos, cada uno con su particular estilo, nos ilustran y nos obligan a ahondar en la temática dominante que motiva la peregrinación a la que nos hemos incorporado: «Religiones, misticismo, liberación: un diálogo entre la Teología de la Liberación y la Teología de las Religiones»; «El Absoluto en los fragmentos: La universalidad de la revelación en las religiones», y «Muchos lenguajes y una única Palabra: Amor. Biblia y Pluralismo Religioso».
Seguramente, si todas estas páginas -aunque nos sacudan fuertemente y nos despojen de muchas falsas seguridades que entorpecen el camino y el testimonio de los cristianos en nuestro tiempo- logran abrir en nuestras vidas y en nuestras comunidades nuevas sendas de humildad, de espiritualidad y de diálogo auténtico, y encender luces de esperanza en tiempos tan inciertos y sombríos como los que atravesamos, podemos poner a prueba la veracidad de la afirmación de Gustavo Gutiérrez citada en uno de estos capítulos: «Todas las reflexiones teológicas no valen lo que un acto de caridad concreto». Afirmación que adquiere una dimensión incalculable en el testimonio de dos grandes profetas de nuestra generación: Nelson Mandela hablándonos en la octava Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (Harare, 1998):
“Habría que haber conocido las cárceles del apartheid de Sudáfrica para comprender hasta qué punto fue importante la Iglesia en aquellos días. Trataron de aislarnos totalmente del exterior. Sólo podíamos ver a nuestros familiares dos veces por año. Nuestro vínculo con el exterior eran las organizaciones religiosas de cristianos, musulmanes, hindúes y miembros de la religión judía. Ellos fueron los fieles que nos inspiraron. El apoyo del CMI (Consejo Mundial de Iglesias) fue el ejemplo más concreto de lo que la religión hizo por nuestra liberación, desde aquellos días en que las instituciones religiosas asumieron la responsabilidad de la educación de los oprimidos que nuestros gobernantes nos negaban, hasta el apoyo mismo de nuestra lucha por la liberación».
E Ignacio Ellacuría sj, el mártir vasco-salvadoreño, pronunciándose con toda firmeza sobre la vocación histórica de la familia abrahámica (judíos, cristianos e islámicos):
«No será directamente Dios quien destruya la vida sobre la tierra; los seres humanos, autoconvertidos en dioses están ya preparados para hacerlo... Las religiones de vida, las religiones de promesas utópicas, las religiones monoteístas y monosalvíficas, pueden y deben impedir esta locura colectiva, y lo harán, si instauran el Reino de Dios, como el Reino del pueblo entero de la humanidad».
Obispo (E) Federico J. Pagura

 

   
 
Obispo (E) Federico PAGURA
Buenos Aires, Argentina

 

Portal de la colección «Tiempo Axial» / Portal de la Agenda Latinoamericana / Servicios Koinonía