«Pluralismo religioso y sufrimiento ecohumano
La contribución de Paul Knitter al diálogo interreligioso»

Prólogo de Paul F. KNITTER

 

   
 

La gratitud que siento hacia Albert Moliner Fernández por este libro –y hacia José María Vigil por ayudar a hacer posible su publicación- obedece tanto a razones personales como políticas.

Personalmente, estoy encantado de que se me presente tan cuidadosa y claramente en el mundo de los lectores hispanos. No he experimentado el privilegio de tener ninguno de mis libros traducido al español. En este sentido, el amplio resumen y comentario de Moliner sobre lo que he intentado hacer durante los últimos 30 años vale más como presentación que la traducción de cualquier libro. Después de haber mantenido conversaciones transatlánticas con él durante los años en los que él investigaba y evaluaba el material para este libro, sé que estoy en manos de un experto cuidadoso y comprometido. Ahora espero ilusionado aprender de la posterior conversación que confío resultará de este libro –esto es, de los comentarios y las críticas de aquellos que en el mundo hispano hablante están luchando por la “liberación” y el “diálogo”.

Las razones políticas de mi gratitud se extienden más profundamente y son sentidas más vivamente. Tienen que ver con lo sucedido durante, y después, del 11 de Septiembre de 2001. A menudo se escucha en mi país que “el mundo es diferente después del 11/9”.Temo que esto sea un ejemplo típico, y en este caso peligroso, de la propensión que nosotros los yanquis (gringos) tenemos a exagerar y a comprender el mundo sólo por lo que sucede en los Estados Unidos. Después del 11/9, el mundo no es realmente algo distinto de lo que era antes –pienso que ahora es más claro. Lo que está pasando en el mundo política y económicamente y cómo la gente está reaccionando ante las potencias políticas y económicas dominantes –esto ha llegado, o puede llegar a ser, más claro para todos, especialmente para nosotros los norteamericanos. Y a la luz de esta claridad, el tipo de diálogo interreligioso que Moliner y yo (y otros muchos) estamos intentando promover ha llegado a ser más urgente que nunca. Permítanme que intente explicarlo brevemente.

Tanto los acontecimientos violentos que ocurrieron el 11 de Septiembre de 2001 como los sucesos violentos que están teniendo lugar en respuesta al 11/9 indican, creo, que la religión es un factor clave en la mayor parte de esta violencia. Tanto los llamados “terroristas” como los denominados “imperialistas” apelan a Dios/Alla¯h para justificar y avalar sus esfuerzos por defender “el bien” (la propia causa) y triunfar sobre “el mal” (el otro). No basta con responder, como hacen muchas personas religiosas, afirmando que ambos los terroristas y los imperialistas están usando indebidamente su religión (en este caso el islam y el cristianismo). El hecho es que muchos querreros jóvenes, heroicos, creen que cumplen con la voluntad de Dios cuando pilotan aviones contra edificios o lanzan bombas sobre aldeas. La religión se está utilizando para justificar e intensificar la violencia. Y debemos preguntar por qué.

Cuando lo hagamos veremos que, aunque la religión es una poderosa fuerza capaz de promover la violencia, no es la causa de tal violencia. La mayoría de las personas que toman las armas no lo hacen porque sean malas de forma innata sino porque están furiosas o tienen miedo: tanto pueden estar enojadas porque creen haber sido explotadas por el poder de otros, como temerosas de perder su poder y privilegio. Los terroristas, en su mayor parte, están furiosos; los imperialistas, temerosos. De esta manera ambos grupos responden enseguida a las llamadas de sus líderes que promulgan entrar en guerra –la guerra contra el terrorismo, o la guerra contra el imperialismo.

Sin embargo, la causa radical de tales guerras –la de la cólera o la del miedo que dan lugar a estas guerras- es la injusticia –la injusticia que victimiza a unos y privilegia a otros, la injusticia entretejida en el sistema económico que favorece a unos pocos y limita a muchos, la injusticia que define y defiende las fronteras entre los denominados mundos “desarrollado” y en “desarrollo”.

La injusticia es, pues, el material combustible que alimenta los fuegos de la violencia. Pero la religión es, demasiado a menudo, el fósforo que prende, o el aceite añadido que alimenta ese fuego. Y es aquí que vemos la necesidad urgente de un nuevo tipo de diálogo y colaboración entre las religiones del mundo –que Moliner en este libro denomina un diálogo interreligioso “globalmente responsable”, un diálogo que reúna a las comunidades religiosas del mundo a partir de un compromiso compartido por la paz construida sobre la justicia.

Si la religión se utiliza hoy como un arma de guerra, no basta con que los creyentes religiosos lamenten este hecho como un abuso de su fe; deben mostrar activamente que la religión debería y puede ser un instrumento de paz. Y sólo serán capaces de hacer esto de forma efectiva si tratan de hacerlo conjuntamente. Actualmente no sólo necesitamos movimientos de paz religiosos; necesitamos movimientos de paz interreligiosos. El rabino Jonathan Sacks lanza el desafío de forma elocuente y poderosa:

«…los creyentes religiosos no pueden permanecer al margen cuando la gente está siendo asesinada en nombre de Dios o de una causa sagrada. Cuando se invoca la religión como justificación del conflicto, las voces religiosas deben elevarse en protesta. Debemos rehusar las vestimentas sagradas cuando se perciban como encubrimiento de la violencia y del derramamiento de sangre. Si la fe se alista a la causa de la guerra, debería haber una voz contraria, igual y opuesta en el nombre de la paz. Si la religión no forma parte de la solución, ciertamente será parte del problema» (Jonathan SACKS, The Dignity of Difference: How To Avoid the Clash of Civilizations, Londres: Continuum, 2002, 9; el énfasis es mío).

Si las religiones han de cooperar unas con otras en una responsabilidad global que promueva la paz, primero tendrían que hacer frente a la causa fundamental de la violencia e intentar hacer algo –la gran cantidad de sufrimiento en nuestro mundo causado por la injusticia. Y aquí hay tanto una unidad como una diversidad entre las religiones que las capacitaría a hacerlo: una unidad que se deriva de la preocupación hallada en todas las religiones para responder al sufrimiento humano y medioambiental, y una diversidad de perspectivas para afrontar y solucionar semejante sufrimiento. Existe tanto un llamamiento común como una diversidad de recursos para un diálogo de religiones globalmente responsable y creador de paz.

No obstante, esto no es suficiente. Si el diálogo interreligioso va a promocionar la paz entre las naciones, tendrá que aceptar la cuestión de por qué es tan sencillo que las religiones sean explotadas para fomentar la violencia y el odio. En realidad, creo que esta es una cuestión que cada religión no puede responder por sí misma. Las religiones tendrán que ayudarse recíprocamente, escuchar y aprender unas de otras, a fin de examinar y confrontar cuáles son los elementos en sus escrituras y creencias que los “terroristas” o “imperialistas” usan para convertir la religión en lo que Sacks señala como “encubrimiento de la violencia y el derramamiento de sangre”.

Ese elemento, tan importante -como muchos analistas religiosos y políticos argumentan- que puede fácilmente convertir a los creyentes religiosos en guerreros religiosos, es la creencia de que su religión es exclusivamente superior a todas las demás, que Dios ha elegido a su religión para ser el único camino, o el camino final, por el que la humanidad encontrará la verdad, o la salvación, o la iluminación. Cuando uno siente que no es sólo el propio pueblo, sino el pueblo privilegiado y elegido por Dios el que está siendo explotado o atacado por los terroristas o por los imperialistas, cuando se está convencido que se está combatiendo no sólo por la causa propia sino por la causa de Dios, entonces se es más valiente y fiero. Una verdad religiosa exclusiva o superior se convierte con demasiada facilidad en una verdad violenta.

Así, lo que oímos a menudo es verdad: si queremos la paz, debemos trabajar por la justicia. Pero esta paz con justicia no será posible sin un diálogo honesto, globalmente responsable, y cooperador entre las religiones del mundo. Comparto la esperanza de Albert Moliner de que este libro sea una contribución pequeña pero útil para promover tal diálogo y tal paz.

   
 

Paul F. Knitter
Xavier University,
Cincinnati OH, EEUU.
Enero 2006.


Portal de la colección «Tiempo Axial» / Portal de la Agenda Latinoamericana / Servicios Koinonía