Epílogo de José María VIGIL

Teología pluralista:
los datos, las tareas, su espiritualidad

Por los muchos caminos de Dios - IV
Teología pluralista liberadora intercontinental

 

   
 

Este cuarto volumen «Por los muchos caminos de Dios» marca un hito de madurez en el objetivo que perseguía la colección, de levantar acta y acompañar el surgimiento de una «teología del pluralismo religioso liberadora» a partir de América Latina, pero con voluntad mundial. Después de haber tratado de identificar los desafíos que la teología del pluralismo hacia a la teología de la liberación (primer volumen), y después de haber identificado las primeras respuestas (segundo volumen) así como de haber intentado un primer esbozo de teología pluralista (tercer volumen), en este libro acabamos de intentar pasar revista al estado de esta teología en los diferentes continentes del planeta. Es hora pues de proponer algunas interpretaciones, aunque sean provisionales, después de la contemplación de este panorama que se acaba de desplegar ante nosotros.

Vamos a hacerlo en tres pasos: tratando de hacer un balance de los datos que se dejan observar, intentando señalar las tareas que se adivinan, y ahondando en la significación o espiritualidad de todo ello.

Balance de los datos

Muy en síntesis, diríamos que, con modestia pero con verdad, los datos que hemos visto a lo largo de las páginas precedentes, nos permiten hacer, como balance sintético, las siguientes aseveraciones


La teología del pluralismo religioso (TPR) es ya hoy día una realidad que no puede ser ignorada, presente en todos los continentes, con una presencia significativa aunque sea de un modo inicial.

Igualmente, aunque en menor grado está presente la teología pluralista, ya se trate genéricamente teología del pluralismo religioso o de una rama específica de la teología, como cristología o eclesiología. En este campo debemos decir que esta presencia es mucho más inicial, apenas germinal, y no en todos los continentes, siendo Asia quien va a la cabeza.

Respecto a los teólogos y teólogas podemos decir que aún es muy pequeña la proporción de quienes entre ellos ya parecen haber abordado esta nueva perspectiva y haberse confrontado con ella. Relativamente, son muy pocos son los que ya se han manifestado produciendo reflexiones teológicas, tanto genéricamente sobre el pluralismo religioso, como reconstrucciones de ramas teológicas o tratados teológicos en clave «pluralistas». En este aspecto estamos simplemente siendo testigos de los primeros pasos, que por una parte son difíciles, y, por otra, quieren ser prudentes -y es bueno que lo sean, sin perder la perspectiva de su urgencia histórica-.

Creemos que se puede afirmar que, en general, comienza a ser captado el estatuto epistemológico de la TPR, como el estatuto de una teología que no es «una rama más», ni siquiera «una rama nueva» de una supuesta «teología universal de siempre», sino una nueva forma de teología, o como «la forma de ser a la que ha de pasar toda la teología» . Se trata sólo de una intuición que comienza a ganar los adeptos más tempranamente intuitivos: el pluralismo, el paradigma pluralista, es el nuevo paradigma en el que ha de ser vaciada la teología. La teología pluralista es el futuro de la teología, y el paradigma pluralista es la matriz de pensamiento y de nuevo ethos en el que ha de ser vaciado el cristianismo. Estas intuiciones, decimos, ya empiezan a hacerse presentes en el ámbito teológico.

Esa intuición conlleva la percepción de la necesidad de «reescribir toda la teología», como ya anunciara proféticamente Paul Tillich poco antes de su imprevista muerte. Y de ahí surge el sentimiento de quedar abrumados ante la enormidad de la tarea que se vislumbra por delante. Si la teología de la liberación se desarrolló y alcanzó su plenitud en apenas 25 años, parece obvio que el cambio epocal que el paradigma pluralista supone, probablemente va a demandar más tiempo para que se realice el trasvase o el «vaciado» del patrimonio simbólico del cristianismo –y de las demás religiones- a los nuevos moldes.

Y a este sentimiento de abatimiento ante la enormidad de la tarea, se suma el sentimiento de temor a los desafíos que comporta. Cada vez son percibidas con más claridad las mutaciones de pensamiento que se exigen frente a la que ha sido la presentación del cristianismo. No importa que nos refiramos a la presentación moderna del mismo, incluso a la presentación más aggiornada a la luz del Concilio Vaticano II, en el caso del catolicismo: aun los planteamientos más renovadores de este Concilio quedan superados por el paradigma pluralista.


Desde América Latina concretamente, podemos decir que el balance que hacemos también permite afirmaciones como las siguientes:

América Latina se ha hecho presente ya –aunque haya llegado con retraso- en el debate actual de la TPR, del que estuvo ausente todo el siglo pasado. Si bien incipientemente, ya se puede decir que América Latina tiene una voz y ha comenzado a decir su palabra en este concierto universal.

Más aún: América Latina ha entrado en el diálogo con su carisma más conocido y reconocido: desde la teología y la espiritualidad de la liberación. Podría haberse adelantado alguna otra perspectiva o entidad de las muchas que componen la América Latina plural. Pero no: América Latina ha entrado en el debate mundial sobre la teología del pluralismo religioso aportando explícitamente su carisma, tratando de aportar su impronta, de «cruzar la teología de la liberación con la teología del pluralismo».

Con ello, no sólo estamos en un nuevo estadio de la teología latinoamericana, sino que es la misma teología de la liberación la que se adentra en una nueva etapa. Si su última etapa comúnmente reconocida es la de su diversificación en varias teologías a cargo de diversos «sujetos emergentes» (indígenas, mujer, negros...), hoy hay que decir que estamos entrando en una nueva etapa de la teología de la liberación, que no se caracterizaría por un nuevo sujeto ni tampoco por un nuevo objeto... sino por una nueva «pertinencia», un nuevo «objeto formal» añadido, aquel que viene del paradigma pluralista.

Obviamente, no se trata de una nueva etapa que clausure otras, ni que las sustituya, ni que rompa con nada... Los sujetos emergentes actuales y las tareas en curso de la teología de la liberación continúan, deben continuar, sólo que ahora, ellos y ellas deben dar el salto cualitativo que el nuevo paradigma comporta, recuperado el trabajo ya realizado, traduciéndolo y reconvirtiéndolo desde la clave del nuevo paradigma. La teología de la liberación estaba realizando un buen trabajo desde la perspectiva inclusivista... No se trata ahora de abandonar nada, sino de continuar, pero reconvirtiéndolo todo a la perspectiva pluralista. Este paso, este salto cualitativo abre una etapa realmente nueva, que va a marcar «un antes y un después» decisivo. Y todo parece que la teología del pluralismo religioso está en pleno momento de desarrollo y expansión, y que le espera un futuro promisorio.

La tareas

Pasemos al intento de señalar las tareas que se parecen adivinarse en este desarrollo presente y futuro de la TPR.

Comenzando por el campo de la teología, la primera gran tarea que se puso en marcha en todo este proceso fue la construcción de la llamada «teología del pluralismo religioso», es decir, la construcción de una «teología de las religiones» que ya no centrase su preocupación en la posibilidad misma de la salvación fuera del cristianismo –por tratarse ya de algo obvio-, sino que se centrara ahora en el significado mismo de la pluralidad de las religiones . Se trata de una teología «de genitivo», cuyo contenido u objeto material es la pluralidad misma de religiones: ¿qué significa en la historia y en el «plan de Dios»? Esta tarea va a continuar, está inacabada, y es probable que tenga todavía mucho futuro.

El paso siguiente es la elaboración de una teología del pluralismo religioso que ella misma sea pluralista (no ya exclusivista o inclusivista). No será ya una teología «de genitivo», sino formalmente pluralista, es decir, que asuma el pluralismo como perspectiva epistemológica . Dentro de esta tarea, cabrá en primer lugar centrarse una «teología pluralista del pluralismo religioso», pero el segundo paso, necesariamente, será abordar la construcción de teologías pluralistas particulares, o sea, la reconversión pluralista de las ramas de teología específicas: cristología, eclesiología, teología de la revelación, escatología, sacramentología... Como en la teología de la liberación se dio una teología general en primer lugar y una elaboración de las distintas ramas teológicas desde la perspectiva liberadora, otro tanto ha darse en el campo de la teología pluralista. Y recordemos a Tillich: toda la teología ha de ser reescrita desde este nuevo paradigma.

No hace falta decir que prácticamente todo está por hacer en este campo de la construcción pluralista de las teologías sectoriales, de las disciplinas o ramas teológicas específicas. Apenas ha habido leves incursiones en el campo de la cristología, más como propuestas individuales que como logros aceptados y reconocidos en la comunidad teológica, académica o pastoral.

Es importante señalar que toda esta construcción que nos espera por delante, exige así mismo una «deconstrucción»... Esta es otra tarea, simultánea. Porque no estamos en un solar vacío, sino ya ocupado por edificios muy antiguos y bien cimentados, que se resisten a caer y que tienen a muchos teólogos tratando de apuntalarlos. La teología pluralista y la inclusivista no van a poder convivir fácilmente. La construcción de una va a exigir la deconstrucción de otra. La primera fase de una nueva construcción va a ser, en buena parte, la demolición y el desescombro del solar. Es la tarea de presentar los desafíos, de afrontarlos y debatirlos, y de dirimir sobre los cambios a adoptar.

 

Aparte de las tareas teológicas propiamente dichas, hay otras tareas que acometer para que todo el proceso camine con armonía. Hoy día la teología pluralista está fuera de las instituciones eclesiásticas y de las instituciones religiosas en general. Las religiones –cristianismo incluido- fueron concebidas en el exclusivismo, y en él han vivido durante milenios; apenas algunas, como verdaderas excepciones, y con dificultades, han asumido el inclusivismo. Por eso, no hay en ellas todavía espacio para la perspectiva pluralista. El pluralismo se les antoja como inasequible, imposible de asimilar para lo que tradicionalmente han sido las instituciones religiosas. Necesitarían tiempo para comprenderlo y para digerir y asimilar sus desafíos. La tarea de la teología consistirá en influir en las instituciones, con tacto y con paciencia, para irla abriendo a la recepción de los desafíos del pluralismo primero, y de la teología pluralista después.

Será necesario ayudar a que las instituciones religiosas (iglesias y religiones) sean capaces de reaccionar con una sabiduría cargada de visión de futuro, en vez de reaccionar, una vez más en la historia, en función de sus intereses egoístas institucionales. Las instituciones deberían comprender que su única salvación, en esta hora histórica, es, de nuevo, «pascual»: aceptar morir a sus intereses egoístas, para resucitar renovadas, reconvertidas, al servicio de la Humanidad, asociadas a todas las demás religiones, como la única forma de ser aceptadas en la sociedad y de no ser arrojadas al basurero de la historia.

 

No debemos dejar fuera de esta «agenda» de tareas la preocupación pastoral. Los teólogos y teólogas lo «pasan mal» cuando se ven confrontados por un nuevo paradigma que desafía sus anteriores convicciones, las somete a una deconstrucción a veces implacable, y les obliga a «nacer de nuevo» y a aprender a mirar la realidad de un modo nunca antes experimentado. El común de las personas religiosas está llamado a vivir esa misma experiencia pascual: va a tener que morir poco a poco a sus convicciones, usos, supuestos, teologías y espiritualidades anteriores, y renacer a «otra manera de creer» . El tránsito no va a ser fácil. Pero de ninguna manera hay que tenerle miedo, ni hay que retrasar su afrontamiento. Al contrario: cuanto más se demore, antes se saldrá al paso del gran número de deserciones que se produce y que aumenta cada día precisamente por no afrontar el problema.

Es aquí donde hay que volver a repetir aquello de que la teología del pluralismo religioso no ha de ser relacionada con el diálogo interreligioso en primer lugar. Muchos así lo hacen, pensando que tal teología sirve para preparar ese diálogo con otras religiones. Por supuesto que la teología del pluralismo religioso es una inmejorable preparación remota para el diálogo interreligioso, pero no es ésta su aplicación primera ni principal. No me canso de repetir que «la TPR no es ante todo para dialogar con alguien, sino para dialogar con nosotros mismos». Dicho de otra manera: «no es para el diálogo interreligioso, sino para el diálogo ‘intrarreligioso’». O sea, para dialogar con nosotros mismos: para recomponer nuestra teología inclusivista y reconvertirla en pluralista. Después de lo cual, ciertamente, estaremos mejor preparados para un eventual diálogo interreligioso, pero la asimilación de la teología del pluralismo religioso, como recomposición que es de toda la cosmovisión religiosa de nuestra vida, tendrá pleno sentido aunque no tengamos a nadie de otra religión con quien dialogar.

 

Su significación: espiritualidad

¿Qué es lo que mueve todo este proceso y esta efervescencia de la TPR? ¿Un puro debate teológico académico? ¿Hay detrás de él también una mística?

 

Siempre se ha dicho que detrás de toda gran corriente o movimiento teológico hay una experiencia espiritual profunda que ha prendido en el pueblo de Dios. En eso difieren las «escuelas» teológicas, que simplemente derivan de la referencia a la doctrina de algún teólogo genial. La teología de la liberación, por ejemplo, no fue una «escuela»; no derivó de una cabeza genial que abrió escuela; fue más bien como un incendio espiritual que en un momento determinado prendió y se propagó inconteniblemente en el pueblo de Dios. Antes de la teología de la liberación y debajo de la misma estaba, suscitándola y alimentándola, la espiritualidad de la liberación. Los escritos de los teólogos de la liberación no eran «originales»... más bien «copiaban», recogían de la vivencia comunitaria y comprometida –y hasta martirial- del pueblo de Dios, y, elaborándola en formato teológico, la «devolvían» a ese mismo pueblo de Dios, que se reconocía en esos escritos, en una retroalimentación constante, de la que los teólogos eran sólo una parte del ciclo, pero no precisamente su motor primero...

Algo semejante –respetando las diferencias en el tiempo, en los ritmos, y en la hora histórica...- puede estar ocurriendo hoy. La teología del pluralismo religioso está surgiendo simultáneamente por todo el mundo –ya no se trata de un continente- pero no es porque haya uno o varios teólogos que con su genialidad estén «haciendo escuela». No existe tal referencia o vinculación dependiente de teólogos «fundadores». La ebullición se da, más bien, un poco por todas partes, como un movimiento o corriente espiritual en el seno del pueblo de Dios.

Y no se trata tampoco de un interés intelectual o académico, como si esta teología fuera un tema de interés universitario... El interés que suscita está en la Universidad y está en la calle. «El pluralismo ejerce hoy un indudable atractivo, que llega casi a la fascinación», escribía Torres Queiruga , ya a finales del siglo pasado. Nadie puede negar que la propuesta de esta teología encuentra como cómplice un secreto interés en el pueblo de Dios. Los creyentes de mentalidad abierta y moderna «reconocen» hoy esas elaboraciones de los teólogos del pluralismo religioso, como algo que les es «devuelto», como algo que ya creen haber pensado o intuido y que ahora lo reconocen como «mejor expresado».

Antes que, y por debajo de la teología del pluralismo religioso, está la espiritualidad del pluralismo religioso, que se respira y se expande aun sin libros y sin teología: como por ósmosis, por intuición, como obra del Espíritu, «por los muchos caminos de Dios».

 

Estamos pues ante una nueva gran «onda» del Espíritu sobre la Historia. La anterior fue sin duda la de la espiritualidad de la liberación, que despertó al cristianismo, mundialmente, hacia el compromiso con el amor-justicia, al hacerle descubrir la dimensión social y política a la que venía siendo parcialmente ciego. Y la anterior «onda» había sido la reconciliación con los valores de la conciencia moderna (ciencia, pensamiento crítico, valor de la persona, libertad religiosa, derechos humanos, democracia...), que se dio hacia la mitad del siglo pasado, y que en el catolicismo se tomó cuerpo en el Concilio Vaticano II. Al comenzar el siglo XXI estamos asistiendo a la plena expansión de esta nueva onda actual, la de la toma de conciencia del pluralismo religioso, que va a transformar profundamente al cristianismo y a las religiones todas, como un hito claramente indicador de un antes y un después.

No estamos discutiendo teología; estamos experimentando la llegada de una nueva «onda» del Espíritu, abriéndonos conscientemente a un nuevo ciclo histórico, de gran calado, que apenas se está iniciando, y que promete «hacer nuevas todas las cosas». Mientras atravesamos un nuevo tiempo axial , estamos acogiendo un nuevo kairós, al que queremos abrir las puertas, «sin miedo», y con las luces encendidas.

Queremos participar en esta renovación que el Espíritu suscita en esta hora. La religión, las religiones, necesitan también hoy aggiornarse, abrirse a este movimiento de la Historia, ponerse al día, no sólo en sus hechos y en su comprensión del mundo, sino sobre todo en su comprensión de sí mismas y hasta en su comprensión de lo sagrado. La nueva hora de la historia, la hora de la «mundialización» se lo permite.

Una experiencia nueva viven las religiones: por primera vez –en los miles de años que llevan de existencia- no sólo pueden, sino que se ven obligadas a estar en contacto y a convivir. Esto les posibilita una plataforma desde la que nunca antes pudieron mirar. Viendo a las demás y conviviendo necesariamente con ellas, se ven a sí mismas en su espejo, y adquieren una perspectiva nunca antes vista para juzgar todo lo que cada una había dicho tanto de sí misma como de las demás. La experiencia del pluralismo religioso les es realmente nueva, y esta nueva visión les está produciendo una íntima transformación. ¿Cómo se sienten ahora ante el «fuera de mí no hay salvación», que casi todas ellas suscribieron y proclamaron intemperantemente en el pasado? ¿O cómo sienten ahora sus pretensiones de unicidad y de absoluticidad para sí y para sus símbolos?

Es una hora difícil, de transición, de experiencia vivencial de una nueva perspectiva epistemológica que lleva a re-comprender y re-formular muchas que hasta ahora se creían certezas, y cuyo sentido ahora se ahonda, se traspone, se transforma. Quienes todavía estaban prendidos en seguridades incontrovertibles y en fixismos históricos, son los que más sufren. Se necesita tiempo para digerir, y matronas para ayudar al parto. Esa transición, ese cambio de epistemología, esa re-comprensión y reformulación, esa digestión y ese parto, son lo que significa la teología del pluralismo religioso en la actualidad de las religiones. Ella es la parte pensante y formuladora de lo que es la vivencia profunda y global que esta gran efervescencia religiosa representa. Los teólogos simplemente «devuelven», reelaborado, lo que reciben del movimiento espiritual profundo que está en curso.

Por eso, hacer teología del pluralismo religioso no es un simple trabajo académico. Para muchos teólogos y teólogas, es también una experiencia espiritual. Es una militancia, una praxis teórica. Liberar las nuevas ideas que están naciendo, abrir las mentes, evidenciar la obsolescencia de los planteamientos superados, educar a los seres humanos a una nueva ciudadanía religiosa mundial pluralista... es la vocación de la teología del pluralismo y de quienes la cultivan.

Si las religiones están en crisis, si estamos en un nuevo tiempo axial, si las religiones necesitan una re-conversión, el teólogo tiene que dedicar mucha de su energía a promover esa conversión y a acoger y escuchar y orientar ese cambio axial que nos supera a todos, pero en el que también todos podemos colaborar aunque sea infinitesimalmente...

Se trata de un trabajo profético, porque pide conversión . La teología del pluralismo religioso exige hoy carisma profético, para poder dirigirse con autoridad a las religiones . «La tarea de los teólogos hoy es la de escuchar la revelación siempre nueva que se produce en el proceso co-creador divino-humano» ; «dar nombre a la revolución que está en marcha» . «La misión del profeta consiste en abrir la perspectiva, criticar el status quo funcional y opresivo y movilizarnos a todos hacia un futuro nuevo y arriesgado».

 

Pero la teología del pluralismo religioso no es una lucha interna, eclesiástica, o intestina al mundo de lo puramente «religioso»... Es más bien una intervención histórica en la plaza pública del mundo. No es una tarea meramente religiosa. Apunta a la transformación del mundo. Conscientes de que la dimensión religiosa no es una parcela particular y privada de algunos individuos, que se satisfaría con un mero consumo de experiencias religiosas gratificantes, sino, más bien, la dimensión más honda donde se enraízan las valoraciones más profundas que dirigen las actuaciones más decisivas de los individuos en la historia, la teología del pluralismo religioso es consciente de que no está encerrada en discusiones académicas bizantinas, sino en la problemática humana más fundamental. Paul Knitter lo expresa bellamente en el prólogo a este libro: sólo las religiones del mundo, unidas, pueden salvar a la humanidad del gran drama que hoy la tiene cautiva, que es, precisamente, la hegemonía de otra «religión» competitiva, la religión del Mercado, que amenaza con hacer colapsar tanto a la humanidad como al planeta mismo.

La teología del pluralismo religioso se enfoca sobre las religiones, consciente de que son las fuerzas mayores de la Humanidad, sus más poderosos recursos. Y quiere transformarlas. Desea ponerlas al día, hacerles atravesar el nuevo «tiempo axial», para que se adecúen a un tiempo y una etapa de la historia totalmente nueva. Trata de vencer sus resistencias, de soltar sus ataduras a creencias inveteradas, a supuestas certezas, de superar su temor a supuestas infidelidades en que incurrirían, precisamente obedeciendo a los signos de los tiempos por los que les habla su mismo principio fundante. Hacer teología del pluralismo religioso es lidiar con todos estos resortes, y a veces eso significa también asumir riesgos y persecuciones de las mismas instituciones religiosas. La militancia teológica tiene su costo, cuando es teología profética, cuando no se trata de teología funcionarial.

Tanto el choque Norte-Sur como el «choque de civilizaciones» son conflictos entre sectores de la humanidad inspirados por una religión u otra. En cada uno de esos sectores en conflicto, la religión no deja de ejercer un papel: justificando, o tolerando, u ocultando la injusticia que en todo choque se da. Si las religiones dialogaran entre sí, si descubrieran al Dios de la Vida y de la Justicia como Dios universal, y pusieran el seguimiento de su mandato de Vida y de Justicia como supremo objetivo, ni el conflicto Norte-Sur, ni el choque de civilizaciones podría seguirse dando, mientras en ambos lados de cada conflicto se sigue invocando a Dios. Sigue siendo evidente que las religiones tienen que convertirse, actualizarse, ponerse a tono con las nuevas exigencias de fraternidad en un mundo unificado, totalmente distinto de aquel mundo, el «pequeño mundo» en el que nacieron y se desarrollaron en solitario durante miles de años.

La consecución del mundo nuevo pasa hoy día por unas religiones renovadas, re-convertidas, que hagan dejación de actitudes muy profundas y tradicionales que en la nueva perspectiva se evidencian como lastres. Estas actitudes las han acompañado en los «pequeños mundos» aislados y solitarios en los que hasta hoy mismo se han visto encerradas durante milenios. Las religiones deben abandonar, decididamente, por ejemplo, ese espejismo del que casi todas ellas han sido víctimas: el de considerarse el centro del mundo, el de pensarse a sí mismas como la religión única verdadera, como la religión detentadora en exclusiva de la salvación, como la religión superior...

La mayor parte de las religiones todavía conservan en su interior esos lastres fundamentalistas. Conviven con aparente actitud civilizada y educada, pero en su intimidad mantienen actitudes que se revelan incompatibles con la convivencia mundializada de las religiones. Porque la religión que se cree la única verdadera, no convive; simplemente tolera. La religión que se cree superior, no dialoga; simplemente espera la oportunidad para convertir a la otra. La Causa de la teología del pluralismo religioso no radica en una discusión teórica o académica regional, periférica respecto a las grandes Causas de la Humanidad. La teología del pluralismo religioso quiere hacer que todas las teologías sean «pluralistas» y que se liberen de tantos fundamentalismos como las aquejan; quiere que todas las religiones se mundialicen, que todas se reconozcan hermanas, semejantes, destellos únicos de una misma luz humano-divina; quiere que pasen a sentirse y a ser de/para toda la humanidad, sin exclusivismos ni inclusivismos, sin monopolio de la salvación, sin absolutismo, sin proselitismo, llamadas a asumir mancomunadamente la responsabilidad del destino de la Humanidad mundializada y unida y hasta de la Vida, el Planeta y el Cosmos.

Sólo unas religiones «pluralistas» -es decir, que asuman consecuentemente la teología del pluralismo religioso- pueden ser útiles a la Humanidad en esta nueva etapa de la historia. Las que no consigan dar ese paso, continuarán siendo para la Humanidad como corsés incómodos y perjudiciales a la salud, heredados de épocas ancestrales ya superadas.

El sentido pluralista no va a caer del cielo para las religiones. Su adquisición va a costar esfuerzo, crisis, resistencias, debate, tensiones, persecuciones, discernimientos... pero es obvio que más temprano que tarde, la Humanidad se acomodará al nuevo estadio de su historia, y su dimensión espiritual se expresará en instrumentos adecuados. ¿Seguirán siendo éstos las religiones, religiones «pluralistas» en todo caso? La «epistemología pluralista», ¿permitirá la existencia de «religiones» en aquel futuro? ¿Será aquella, todavía, una hora de las religiones, o sólo de la espiritualidad?

Pero no es ahora tiempo de responder estas últimas preguntas, sino sólo de ponerse en camino hacia ese futuro que nos traerá las respuestas.

   
 

José María VIGIL
De la Comisión Teológia Latinoamericana.


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